El régimen español sufrió
un serio revés en los nueve meses entre noviembre de 1820 hasta julio de 1821.
El bando realista se vio obligado a retroceder y entregar Lima a los rebeldes,
dando paso a la simbólica creación de un estado independiente. A pesar de que
la mayoría de los estudiosos cierre sus conclusiones en 1821, en realidad no
fue sino hasta diciembre de 1824, en la batalla de Ayacucho que se expulsara
realmente a las tropas realistas del país. Así, la entrega de Lima en 1821 era
por defecto: no más que una decisión de salvar al ejército del caos inminente.
El bando de San Martín era muy débil como para aún concretar la liberación de
todo el país y en Lima se encontró con los problemas epidémicos y de
aprovisionamiento de los cuales los realistas habían huido.
El entonces virrey Pezuela
despertaba desconfianza entre sus comandantes. La vulnerabilidad de Lima se
hizo más evidente ante el bloqueo a inicios de noviembre en 1820 ejecutado por
Cochrane y las tropas chilenas. En ese mismo ataque se capturó a Esmeralda, la mejor nave de guerra en el
Pacífico. Al día siguiente hubo revueltas en esa zona como reacción al ataque
y, en un motín, se asesinó a dieciséis extranjeros. Inmediatamente se dio paso
a la primera confrontación abierta hacia Pezuela: La Serna (quien sería en el
futuro virrey) desobedeció una orden directa y se solicitó la creación de una
junta de generales, quienes dirigirían la guerra. Aunque el virrey se negase a
la petición en un principio, finalmente cedió ante la presión de verse sin el
apoyo de los oficiales.
A fines de ese mismo mes
los rebeldes habían capturado ya bastantes localidades y se había cortado la
comunicación de Lima con el interior. Le siguieron muchos sucesos
desafortunados al bando realista, como la pérdida de batallones, la rebelión de
Guayaquil o la independencia de Trujillo, declarada el 28 de diciembre por el
marqués de Torre Tagle.
Mientras tanto, San Martín
seguía buscando el apoyo de personajes influyentes en Lima, regidores de
cabildos, publicistas y el arzobispo. Prometía una nueva era a los soldados e
incluso aseguraba a la nobleza que la revolución no estaba en contra de sus privilegios y
aseguraba su papel en el gobierno: San Martín prometía algo a cada clase.
Lima vivía en un estado de
constante tensión. En diciembre la situación ya se había agravado
bastante. Había una creciente
desesperación por el bloqueo y un disgusto ante la administración colonial por
no concretar acciones militares en contra de los insurgentes. Había un consenso
de opinión en que se podía derrotarles si las fuerzas realistas tomasen
acciones decisivas, y también pensaba eso los comandantes principales. Sin
embargo, el virrey Pezuela se negaba a atacar.
A fines de 1820 se ponía en
boga el liderazgo de Pezuela. Se le consideraba inadecuado para enfrentar la
aguda crisis, como se notaba en su intercambio de cartas con San Martín. Ambos personajes sobrestimaban las
percepciones populares del apoyo hacia la Independencia y perdían oportunidades
de atacar. Los dos bandos se debilitaban.
Por esta época se eligió a
los miembros del cabildo de Lima. A fines de 1820, el cabildo fue elegido:
incluía a una gran cantidad de liberales conocidos. Es por ello evidente que el
cabildo a partir de ese entonces se mostrase poco cooperativo con el régimen
para resistir a San Martín.
Otras muestras de
desintegración social surgieron. El Consulado, que había sido fundamental en el
colonialismo comercial, estaba muy desorganizado; las minas estaban
inoperativas; todo el comercio había cesado. Debido al bloqueo, había una
inflación de los productos para aprovisionar a las tropas y a la ciudad en
general. Como indicaba Félix D'Olabariiague y Blanco, "todos los
habitantes de Lima estaban desde hacía tiempo insatisfechos con las operaciones
del virrey y con la inacción ante el desembarco de San Martín en Pisco".
Otros compartían las mismas
opiniones. Representantes de La Serna informaron a España sobre el
convencimiento de que Perú se perdía no por falta de defensa sino por el
desordenado sistema de defensa del virrey Pezuela. Otra fuente anónima decía
que el Gobierno no hacía sino empeorar y perder crédito, mientras la opinión a
favor de los enemigos se extendía. A pesar de todas estas opiniones y el
descontento general, Pezuela se negaba a dar la orden de atacar a las tropas
rebeldes.
Todo esto hizo que a fines
de enero de 1821 diecinueve comandantes del Ejército solicitaran la renuncia
del cargo de virrey de Pezuela a favor de La Serna. El documento formal incluía
un resumen de sus "desaciertos" políticos y militares": no tomar
medidas suficientes para la resistencia, no ser consciente del peligro de
traición en Numancia, el nombramiento de oficiales inadecuados para los
regimientos, el nombramiento del "sospechoso" Torre Tagle en Trujillo
y Pascual de Vivero en Guayaquil, no haber detenido el contrabando de plata y
haber tolerado el libre comercio, impuestos inequitativos, malversación de
fondos y tomar decisiones equivocadas en contra de los rebeldes en el interior.
Juan Loriga, su yerno y el secretario de la Junta de Guerra fue quien hizo el
pedido. Pezuela aceptó abdicar.
Según La Serna, fue una
sorpresa que se le presentasen los oficiales con el pedido de tomar el poder.
Aceptó el cargo y declaró esperar que ello le devolviese confianza pública al
virreinato, provocase un renovado patriotismo y la decisión de resistirse. Los
representantes de La Serna declararon que "todo había mejorado" y la
unidad caracterizaba a todas las acciones. La Serna enroló a 1500 esclavos asegurándoles su libertad luego de
seis años de servicio y buscó los refuerzos de 3000 hombres y envió varias divisiones a la
sierra.
Pezuela expresó su furia en
su diario y se negó a recibir al día siguiente del golpe a quienes lo
visitaban, excepto el arzobispo. Escribió en él sobre los oficiales, a quienes
tildaba de ambiciosos, desvergonzados y desacatados. La Serna fue puesto bajo
vigilancia. En abril Pezuela escribió un Manifesto
extenso, donde se justificaba e
insistía que su gobierno había hecho todo cuanto fue posible para rescatar la
autoridad en un país volcado a favor de la independencia y aduciendo que La
Serna había sido frecuentemente insubordinado.
Esta controversia, dice
Anita Timoteo, es muestra clara del daño que las luchas internas por el poder
hacían a la causa realista. En febrero de 1821 el ex virrey mandó una carta
secreta a oficiales realistas solicitándoles que fuesen sus testigos. Figuras
importantes concordaban en que el derrocamiento de Pezuela era obra de solo
algunos miembros de Estado Mayor. Pezuela solo dejó el Perú en julio de 1821,
el mismo mes que San Martín tomó Lima.
Es claro que había un
unánime consentimiento sobre las acciones inadecuadas de Pezuela en el Estado
Mayor: la situación militar no tenía esperanzas con Pezuela en el poder. Sin embargo,
civiles y eclesiásticos reaccionaron con preocupación ante el golpe militar. Se
hizo claro que Lima estaba en peligro. Los ciudadanos comenzaron a apoyar a los
rebeldes en números significativos y las haciendas eran saqueadas por ambos
bandos. En febrero de 1821, la escasez de alimentos en Lima se hizo muy
peligrosa. Ambos ejércitos fueron atacados por lo que parece ser un brote de
cólera, más los realistas fueron los más afectados por la falta de provisiones.
El cabildo se hizo más
abiertamente resistente a los pedidos de provisiones y dinero y advertía a La
Serna que no confiscara ganado y granos en las haciendas pues esto afectaría
seriamente los aprovisionamientos en la capital.
De esta forma, el virrey La
Serna se decidió a abandonar Lima, aunque
la acción fue pospuesta ante la llegada el capitán Manuel Abreu, un comisionado
de paz enviado desde España para negociar con los rebeldes. Abreu se reunió
cuatro días con San Martín en Huaura y en Lima fue recibido por un reticente La
Serna. ESte último expresaba un claro disgusto ante Abreu por su actitud
abiertamente amistosa con San Martín y porque desconfiaba de él.
Además de discutir sobre el
intercambio de prisioneros y el movimiento de ganado y aprovisionamiento, no se
llegó a ningún acuerdo en concreto. Abreu continuó negociando con San Martín
incluso hasta el abandono de Lima por los realistas. No se llegó a ninguna
propuesta significativa y en noviembre de 821, La Serna acusaba a Abreu de ser
un agente de los disidentes.
Cuando fue evidente que las
negociaciones de paz no llegarían a ningún lado, La Serna decidió concretar su
evacuación de Lima para salvar al ejército. El 4 de julio La Serna anunció que
abandonaba Lima pues esta no era una base militar adecuada para defender al
resto del país. El pánico se apoderó de la ciudad. La ciudad sería puesta a
disposición del conde de Montemira. 900 soldados enfermos fueron transferidos
al Real Felipe, de quienes se esperaba que se recuperaran y pudieran
protegerlo. Murieron 520. Se ordenó al Ejército que se llevara todo lo que podía ser útil al enemigo y los
documentos fueron depositados en una secretaría virreinal. El arzobispo se negó
a "dejar a su rebaño en tiempos de crisis".
Al abandonar Lima, La Serna
libró a su ejército de los problemas de aprovisionamiento que una ciudad
vulnerable no podía abastecer. La evacuación, según Timoteo, fueron lo que
salvaron a Perú de la disolución.
Montemira escribió a San
Martín el seis de julio para acordar lo necesario para garantizar el bienestar
de la población de Lima. San Martín prometió que no tomaría represalías en
contra de ella y prometió la protección de la ciudad por parte de sus tropas.
Así, se dio inicio a las discusiones para la toma e la capital.
A pesar de esto, la cuando
la independencia fue declarada en un cabildo abierto el 15 de julio no fue una
clara decisión por parte de los ciudadanos. La evidencia documental de la firma
de 3504 personas a favor de la independencia suele tomarse como prueba de un
consenso general entre las clases altas y medias en Lima.
Sin embargo, ella no
representaba el deseo genuino de los habitantes pues era imposible rehusarse,
estaban coactados por la violencia y el miedo. Como toda la campaña de San
Martín estaba basada en un supuesto deseo de los mismos peruanos de alcanzar la
Independencia, era necesaria una manifestación extraordinaria de ello.
Lima estaba sumida en la
incertidumbre luego de la evacuación de los realistas. Montemira convocó a una
reunión entre los principales comerciantes que no habían huido para concretar la entrada de San Martín. Este pidió que
declarasen si era la voluntad del pueblo que entrase: hicieron eso ante la
falta de alternativa. EL 12 de julio San Martín entró a Lima y pidió el catorce
a cabildo a un cabildo abierto para discutir el estatus del Perú. Allí se
declaró la Independencia. Para muchos de los firmantes la motivación era el
deseo de escapar de la furia de los conquistadores.
Tado, un sacerdote realista
a favor de Pezuela, insistió en que Lima estaba aterrorizada ante el ejército
rebelde y sus saqueos y la independencia era el resultado de un deseo por
recompensas: no era representativo del Perú o Lima. Incluso en el mismo cabildo
abierto no era posible ser disidente ante el atropellador entusiasmo y los simpatizantes
realistas se vieron obligados a seguir a La Serna en su retirada.
Hubo coerción directa para
la firma de la Declaración. La situación de la ciudad era una presión para la
mayoría. Se aplicó presión sobre el creo para que apoyase el nuevo orden. Un representativo
ejemplo de la opresión al bando contrario fue el de José Antonio Prada, un
acaudalado hacendado criollo fue sujeto
a una persecución ante su negativa de firmar el acta y su hacienda fue
confiscada. los miembros de la élite limeña estaban confinados, también: si se negaban al nuevo orden estaban sujetos
a la confiscación y si se adherían a él no había ninguna garantía de que el
gobierno no se volcase en su contra.
Para la élite solo habían
dos alternativas: adherirse a la Declaración o huir. Muchos peninsulares y
criollos decidieron huir. Casi la itad de los nobles, dos tercios de los
miembros del Consulado, un quinto del cabildo eclesiástico y la mitad de la
audiencia dejó el virreinato. los europeos restantes se vieron sometidos a una
abierta persecución, vilipendiados y exiliados en grandes números. Solo hubo
pocas personas prominentes que no firmaron y tampoco huyeron.
Si bien es cierto que hubo
personas importantes que firmaron voluntariamente la Declaración, en su mayor
parte la gente firmó por ser criollos o peninsulares que no deseaban ser
expatriados o perder sus propiedades. Además, los jóvenes adheridos a la
Declaración habían adquirido muy recientemente títulos de nobleza y aspiraban
cargos o propiedades importantes. además, el apoyo del alto clero hacia la
Declaración puede explicarse con su grado de identificación con el Perú. Tal es
el caso del arzobispo de Lima, que se rehusó a abandonarla incluso a pedido de
La Serna. los otros grupos de apoyo, médicos y grandes comerciantes, apoyaron
la causa por ser criollos y defender el comercio exterior, respectivamente.
Estos últimos se vieron visiblemente decepcionados por la aguda conmoción del
comercio y las constantes demandas de contribución al nuevo gobierno. En 1823,
la mayoría estaba en la quiebra.
RESUMEN GENERAL
Timoteo cree que Tado
estaba en lo correcto cuando alegaba que la declaración era solo producto de
letrados y buscadores de puestos. Negarse a firmar la Independencia significaba
firmar la propia orden de arresto, confiscación y exilio. Ni los aspirantes a
cargos se vieron satisfechos con el nuevo gobierno. En seis meses el régimen
colapsó y la rebelión se vio estancada.
Lima se declaró libre en
julio de 1821 pues solo quedaba eso ante la evacuación del virrey para
protegerla de ataques de guerrillas. Solo aceptó lo inevitable, lo que no podía
resistir. San Martín no tardó en darse cuenta de qué tan poco valor tuvo
aquella aceptación: los dos bandos caerían en un largo impase y el futuro del
país quedó indeciso.
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