martes, 6 de marzo de 2018

ENTRE DOS CRISIS: LA PATRIA NUEVA DE PETER KLAREN Y MANUEL BURGA


El oncenio de Leguía (1919 a 1930), fue un intento de construir la “Patria Nueva” quitando el poder político a la antigua oligarquía civilista y entregándolo a un nuevo grupo que iba surgiendo y ampliándose a medida que avanzaba el proceso leguiista. Los juicios apasionados de los que sufrieron persecuciones o de los que medraron durante este gobierno han sido reemplazados por las modernas investigaciones históricas con un mayor nivel de objetividad; así por ejemplo Cotler lo ve como el nacimiento del Perú moderno y Baltazar Caravedo lo ve como un desarrollo del mercado y surgimiento de una nueva alianza de clases representada por la coincidencia de intereses entre la fracción burguesa industrial, pequeña burguesía improductiva (sectores medios) y el imperialismo norteamericano). Es por eso que cabe insistir en los cambios económicos y sociales que se producen durante este gobierno.

Es en el gobierno de José Pardo en el que se da el apogeo del enclave y la presencia preponderante del capital inglés. Los oligarcas agroexportadores ofician de bisagra entre el país y el imperialismo.
Leguía, desde su época como ministro (1904-1908) ya había tenido roces con la oligarquía costeña. El pensaba que el progreso del país debía construirse con caminos, irrigaciones y mejorando la vida urbana. Además, ya mostraba una gran habilidad para colocar empréstitos y manejar las finanzas del estado como las riendas de una gran empresa. En su primer periodo presidencial (1908-1012) rompió con el civilismo ortodoxo y comprendió la necesidad de apoyarse en una base social más amplia, mas nacional y menos oligárquica. Luego fue deportado y se dedicó en Londres a entablar relaciones.

El segundo gobierno de Pardo (1915-1919) se desarrolló durante la primera guerra mundial: los precios de los productos de exportación aumentaron y por esto fue la mejor época de la republica aristocrática. Los oligarcas acumularon enormes riquezas por sus exportaciones de lanas, azúcar y algodón. Esta prosperidad estuvo acompañada de una  corriente de importaciones y un deterioro de las barreras proteccionistas que debilitaron el desarrollo de una industria local. Se produce una inflación que no estaba acompañada por un aumento similar de los salarios. También había constantes luchas por una jornada de trabajo menos extenuante. En 1918 comienzan a producirse huelgas y desordenes en Lima. En enero de 1919, Pardo legaliza la jornada de las 8 horas antes la presión popular. Con el final de la guerra, empieza el derrumbe de los precios. La crisis internacional que se inicia en 1919 y se profundiza el año siguiente marca el inicio de una década de grandes dificultades para los agroexportadores. El descontento popular contra el civilismo era incontenible y el desgaste del gobierno de los negocios parecía irreparable.

En estas circunstancias, Leguía llego de Europa, pasando por Nueva York donde estableció contactos con banqueros americanos. Ya en Lima se mostró como un definido anti civilista, lo que le permitido lograr el apoyo de los constitucionalistas de Cáceres y de los libéreles de Durand y de los demócratas de Piérola. Así, a diferencia del programa civilista prometió reivindicaciones  populares.

Una vez en el poder se inicia el periodo democrático de Leguía (1919-1922) marcada por una tenaz lucha anti civilista. En este afán, Leguía busca el apoyo de los nuevos grupos de industriales, los sectores medios y populares e impulsa paralelamente una campaña pro-indígena y antigamonalista. Buscaba romper la hegemonía del civilismo. Es el periodo en el cual quiere convertirse en grupo dirigente, empujando un programa de reivindicaciones populares con una política que prometía colocar al estado al servicio de la mayoría.

En 1920 se aprueba una constitución que reconoce y legaliza la propiedad de las comunidades indígenas, lo que llevo a que en algunas poblaciones campesinas lo consideraran como el nuevo “Wiracocha”. También formó una comisión para que se investigara los problemas que aquejaban a los indígenas del sur con la finalidad de proponer un proyecto ley para solucionar el problema indígena. Leguía se mostró indiferente a los problemas del gamonalismo. A su vez se creó el patronato de la raza indígena, se estableció el “día del indio” y aparecieron centro de agropecuarios y escuales agrícolas en las zonas rurales.

En Lima las medidas populares fueron también detonantes de movilizaciones sociales y de inseguridad entre los propietarios. Se legitimo la jornada de las ocho horas, se dio la ley del empleado, se establecieron comisiones de arbitraje para resolver los conflictos laborales, se estatuyó el salario mínimo y fue duro contra los hacendados azucareros. Así, gamonales y oligarcas sienten la agresión de la “Patria Nueva”. Estos primeros tres años son la etapa de la fascinación y de la lucha.

Después de este periodo de descontrol de las punas, de crecientes exigencias del proletariado urbano y rural y una vez desarticulado el civilismo, se ingresa a la segunda fase (1923-1930), esta vez caracterizada por la hegemonía norteamericana y el apoyo abierto de la burguesía industrial. Se suceden la cúspide del caudillo (1926-1929) y su triste y solitario ocaso (1930). En las punas de Cusco y Puno la “gran sublevación” comenzó a ser duramente reprimida. Los “eternos” gamonales seguían ocupando los curules parlamentarios y recordaron a Leguía el poder del gamonalismo dentro de la “Patria Nueva”. Esta nueva etapa también está marcada por un juego maquiavélico en las alianzas sociales. Leguía recurrió a todos los medios con la finalidad de poner freno a los movimientos populares y robustecer su imagen caudillista.

A pesar del reconocimiento de dos grandes fases, es posible también estudiar el oncenio en sus líneas permanentes de gobierno y administración. Una de ellas es la modernización del país desde múltiples perspectivas y niveles. A preocupación central que asediaba a Leguía era urbanizar, construir caminos e irrigar tierras eriazas.

Durante el oncenio se construyó La Atarjea (agua potable) en Lima y otros lugares. Se instalaron tuberías de agua potable. Lima, fue la principal beneficiaria de este proceso de urbanización de este proceso de urbanización y modernización. Se dio una manía por imitar lo europeo. Se comienzan a desarrollar las urbanizaciones. Se construyen muelles, malecones y se inauguran numerosos monumentos y estatuas en los centenarios de la independencia y batalla de Ayacucho.

Leguía acabo rodeado por un grupo de incondicionales de un extenso proceso de clientelaje basado en las prebendas y la corrupción, ya que forjo su en la fuerza avasalladora del dinero. Las obras publicas y sobre todo las urbanas se hicieron encubriendo la corrupción y los manejos oscuros de los nuevos ricos.

Por otro lado los 77 millones invertidos en las grandes obras publicas provenían fundamentalmente de los empréstitos colocados en EE.UU. En once años, la deuda peruana se había multiplicado por diez. El control norteamericano sobre las finanzas del estado era alarmante: la deuda externa había pasado de 10 a 100 millones de dólares.

Los banqueros norteamericanos, así como dieron también exigieron: las administraciones aduanera y presupuestaria pasaron a manos de sus funcionarios. Fiscalizaron el uso del dinero de los préstamos y promoviendo inversiones rentables, trataban de asegurarse los reembolsos en los plazos previstos. Pero los beneficios no fueron monopolizados por una pequeña élite, sino que el circulante también alcanzo a sectores más amplios: grupos medios, proletariado de la construcción civil y algunos empresarios que fabricaban productos utilizados en la construcción urbana. Esto constituyen una manera muy peculiar de ampliar los sectores medios de donde saldrían los contingentes de apoyo al leguiismo.

Leguía se empeñó en la creación de una nueva plutocracia, más pegada a lo moderno, a lo urbano y al capitalismo, pero ellas habían sido épocas fugaces.

Durante el oncenio se desarrolla una marca política de centralización estatal. En 1922 se creó el BCR y es a partir de este año que recién puede hablarse de una moneda nacional peruana. Este proceso de centralización está ligado a la nueva política de aguas de regadío. En 1920 se da una ley que convierte a las aguas en propiedad del Estado para mejorar las distribuciones de esta. Se asesta un golpe severo a los hacendados costeños que manipulaba los repartos de aguas en función exclusiva de sus intereses.

Paralelo a esto se desarrollan mecanismo burocrático de gobierno. Se crea el Ministerio de Marina y se funda la Escuela de Aviación Militar. Un interés menos se puso en el ejército donde se produce una inflación de jefes y oficiales cuyo mejor merito era ser sumisos al gobierno. Se da la creación de la primera comandancia de la guardia civil en Lima y del cuerpo de seguridad o policía de investigaciones.

Con esto, se permite al estado imponer una autoridad indiscutible, Con Leguía, las cuantiosas compras de ametralladoras, aviones y otros elementos bélicos convirtieron a las fuerzas armadas del estado en una fuerza de choque y de disuasión de un poder irresistible.

Otro aspecto es una clara redefinición de la estructura productiva del país. Los capitales americanos no solo capturan las finanzas del estado, sino que desarrollan sus actividades dentro de los sectores productivos. La presencia de los capitales extranjeros en estos sectores se vuelve hegemónica.

Gran parte de las realizaciones del gobierno de Leguía traducían una clara orientación anti-oligárquica. Además, Leguía se apoyó en los sectores medios, en los medianos propietarios y más aún desplego una intensa actividad para romper con la preponderancia de  las viejas castas de terratenientes en el campo sin afectar la estructura económica imperante. A tras ves de irrigaciones, como la de imperial y la de Olmos, desarrolla un agrarismo destinado a crear medianos propietarios que pudieran ampliar la producción nacional y a su vez el número de compradores en el mercado interno (agrarismo leguiista). Esto se presenta como una reiteración del inicial programa de gobierno en las vísperas de la segunda reelección consecutiva.

Sus aliada parecen haber sido el imperialismo norteamericano y la nueva plutocracia que surgía de la industria, la especulación y el comercio.

En su enfrentamiento con el gamonalismo andino su conducta fue zigzagueante. EN un primer momento parece apoyarse decididamente en los nuevos grupos de origen mercantil que estaban surgiendo en las provincias y que se enfrentaban a las viejas oligarquías locales. Leguía se apoyó en una fracción de terratenientes probablemente los de medianas dimensiones y más orientados a la modernización. A pesar de esta “infiltración” el poder del viejo gamonalismo regional perdió autonomía e independencia. En una prefectura, el gobierno podía domesticar y controlar mejora la conducta de estos terratenientes. Además, se puede ver que Leguía comienza a apoyarse, casi al final de sus once años en los hacendados más progresistas de Puno.

La relación zigzagueante se puede mejor en el escenario de la sierra norte donde se presentaba un bandolerismo. El gobierno llamaba bandolerismo a la rebeldía e independencia de los gamonales del interior que desconocían las leyes y legitimidad del estado. La gendarmería y el ejército estatales nunca pudieron ofrecer las garantías necesarias a los funcionarios del estado quienes tuvieron que buscar la protección de los bandos y facciones que controlaban la región.

Asimismo, antes de 1919, en la región de Chota-Santa Cruz-Hualgayoc estaba controlada por Eleodoro Benel, quien era propietario de varias haciendas al cual el gobierno trato de arrebatarle su poder, más este se resistía. Desde Lima, y por orden directa del presidente debía realizarse un desarme general de los hombres de la región, pero al no ceder Benel, Leguía se vio obligado a pactar con el viejo gamonalita civilista a que pudiera ejercer su dominio sin ninguna interferencia del poder central. Sin embargo, en 1926 se da la creación de una segunda comandancia con el rol especifico de eliminar estos bandolerismos se logró derrotar a Benel.

Estos acontecimientos muestran las maniobras de la “Patria Nueva”, su vocalicen temeraria y maquiavélica en su relación o lucha con el gamonalismo de viejo tipo.

Se puede resumir a política leguiista como demagogia pro-indígena y abandono del gamonalismo a sus suerte en un primer momento, luego, se da una represión de la sublevación campesina partir de 1924 concesiones y pacto con los “señores” del interior y, finalmente, guerra a muerte a los “bandoleros o terratenientes-gamonales.

Durante el oncenio el poder local de los hacendados (barones del azúcar) también se vio afectado por la política vial de gobierno, pues algunas vías pasan por las haciendas. La ley vial también obligo a movilizar a los trabajadores de las haciendas hacia los caminos o carreteras en construcción y, muchas veces, sin considerar el calendario de las actividades agrícolas de la costa.

La política leguiista afecto el reparto de las aguas de regadío. En el norte, y especialmente en Lambayeque y La Libertad, la disputa por el agua involucro a todos. Las condiciones geográficas de nuestra costa hacían que el agua de los ríos fuera el elemento indispensable para agricultura muy sedientas como la de la caña de azúcar y el arroz. El monopolio del agua era también un medio de control sobre los pequeños y medianos propietarios. La distribución de aguas en Lambayeque era completamente desigual. A su vez cuando se trataba del pago de los derechos de riego se observaban también desigualdades: los pueblos pagaban más que las haciendas.

Los grandes hacendados dirigirán un supuesto sindicato de regantes que monopolizaba el agua. EL régimen de Leguia se interesó por las aguas de dos maneras: primero proyectando y ejecutando la irrigación de Olmos, que se suponía debía beneficiar prioritariamente a los pequeños y medianos propietarios y en segundo lugar, organizando una comisión de irrigación. S eles controlo estrictamente el uso de las aguas en las proporciones asignadas. Todo esto motivo la inmediata protesta de los grandes azucareros.

Las llamadas comunidades regantes y los pequeños propietarios apoyaron a la nueva administración de agua que comenzó a instalar oficinas en todos los valles de la costa y a tecnificar los sistemas para medir el caudal de los ríos; los puestos de aforos comienzan a multiplicarse en lugares estratégicos. Esto hizo que Leguia ganara simpatizantes en los lugares menos esperados.

La implantación de nuevas y más justas distribuciones aguas de regadío adquiere perfiles dramáticos al desarrollarse dentro de una época de dificultades para la agricultura azucarera. Las exportaciones decrecieron y lógicamente no todas las haciendas salieron airosas de estos años difíciles. Con la caída de Leguia se volvió al régimen de la toma libre y los hacendados recuperaron de nuevo algunos privilegios en el control sobre el agua.

Leguia intento reemplazar a las oligarquías imperante por nuevas elites dispuestas a modernizar el país y obtener un despegue desarrollista. En los primero años, quito el poder políticos. Paralelamente desarrollo un ambicioso programa destinado a crear una clase media adicta y obsecuente. Este rol lo llevo por los caminos de la corrupción y de las clientelas de incondicionales y de aduladores.

La gloria del gobernante fue inmensa, así como catastrófica su caída. La crisis de 1919-21 preparo el terreno para su estruendoso acceso al poder. En 1929, el estallido de la gran crisis del capitalismo mundial preparo las condiciones para su humillante salida por medio del golpe de estado de Sánchez Cerro.

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Haya de la Torre y Mariátegui fueron perseguidos y hostigados por el régimen leguiista. La acción de Haya se limitó a los mensajes que enviaba a sus partidarios mediante cartas, artículos y discursos que serían publicados. Mariátegui no emprendió una campaña directa y frontal contra él. Sin embargo, pasada la fase democrática, Amauta fue hostilizada.

Para Haya de la Torre lo distintivo del oncenio era su carácter pro-imperialista “un gobierno autocrático que domina sangrientamente, hechura del capitalismo norteamericano cuyo interés sirve, una casta militar que lo apoya y una burguesía u un clero nacionales dueños de vida y haciendas constituyen el sector de la clase dominante”. El razonamiento de Mariátegui era diferente. Definía al oncenio como un gobierno que había acentuado la dependencia del capital norteamericano y como un ambicioso proyecto por impulsar el desarrollo del capitalismo en el país. También decía que el leguiismo no se atreve a tocar la gran propiedad.

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