lunes, 4 de julio de 2016

EN EL PAÍS DE LA NOSTALGIA: MI PRIMER CASSETTE

No eran los setentas ni mucho menos los conocidos años 80, cuando compré mi primer casete. Recuerdo la forma, las canciones y todo aquello que implicaba tener uno de esos compactos en la mano. 



No sólo era el hecho ir a comprarlos o conseguir el dinero para ello, era todo un rito de empoderamiento individual. La tenencia de una cinta magnética de audio implicaba que ya no dependías de la voluntad del gusto popular; de si la emisora de radio transmitiría esa canción que tanto te apasionaba; o de, si tu radio captaba bien o no la señal. Con un casete en tus cajones, eres dueño y amo de tu propio mundo, de tu espacio, de tu música. 

No falta quién no se acoplara a tu gustos, pero para eso existían los auriculares y el walkman (que de eso hablaremos en otro post). Algunas veces el casete en cuestión no reunía dentro de sí todas las canciones que quería oir, pero para eso no había ningún problema, simplemente tenías que grabar la canción que querías sobre una que no disfrutaras tanto, y problema resuelto.  No hacía falta ir a comprar otro. No más tardes aburridas, no más paredes silenciosas.


Con un mismo casete se podían grabar y grabar tantas canciones, como el espacio del casete, lo soportara. No había un límite específico de veces en que un casete dejara de grabar; aunque por allí, las leyenda urbanas decían que más allá de la tercera utilizada, el casete se estropearía, pero sólo eran leyendas, recuerdo haber grabado muchas veces, sobre uno de los antiguos casetes de mi padre, y así hubiese seguido haciéndolo, sino fuera porque en casa ya no hay un reproductor que pueda leer casetes. Estos dispositivos sin duda eran los espartanos de la tecnología musical.



Para los años noventa el uso del casete había declinado considerablemente, siendo reemplazado por el Disco Compacto o más conocido como CD, que era más liviano y de menores dimensiones que un casete, y por tanto más fácil de transportar. No obstante, no todo era color de rosa con los CD's, ya que por su naturaleza, no eran factibles de escribir nueva música sobre ellos, y si se caían o se rayaba pasaban a mejor vida.


Con el casete se vivía una magia que difícilmente otros dispositivos de grabación podrán igualar y que muchos jóvenes de hoy no han vivido. Un casete te permitía ser un artesano de la música, un DJ ocasional, un editor en jefe de tu propio casete. La larga cinta magnética en donde se almacenada la música, era por demás visible para cualquiera. Si querías manipularla, sólo te hacían falta 4 instrumentos: una desarmador, una tijera, una cinta adhesiva y un lapicero. Quién, en la época de esplendor del casete, no cayó ante la tentación de desarmar o intentar arreglar uno de esos. 



Más de una vez, a uno de mis casetes se le atascó la cinta y ese era el momento en el cuál tenías que correr hacia el reproductor para sacar el casete antes de que el reproductor se "comiera" toda la cinta. Era en esos momentos, cuando la imaginación y la desesperación hacían lo suyo: Observabas el mecanismo, cogías el desarmador y empezabas a volver a enrollar la parte que había sido "jalada". Muchas veces, esta parte del casete, terminaba siendo estropeada, así que tenías que volver a abrir el casete y cortar esa parte de la cinta magnética, aunque te doliera, aunque fuera la parte de tu canción favorita. Luego de la difícil "operación" volvías a unir con un poco de cinta adhesiva ambos lados de la cinta magnética. Grandes logros para una época en la cual un dispositivo de música tenía una gran valor sentimental. 

Por ese y por tantos momentos, el amigo inseparable de un casete siempre fue y será un lapicero. Este le permitía volver a la vida, luego de una de esas tantas operaciones, que en su larga vida, tenía que ser sometida una cinta de casete.


Fotos: Internet