martes, 6 de marzo de 2018

LA CAÍDA DEL IMPERIO ESPAÑOL EN EL PERÚ DE TIMOTHY ANNA

El régimen español sufrió un serio revés en los nueve meses entre noviembre de 1820 hasta julio de 1821. El bando realista se vio obligado a retroceder y entregar Lima a los rebeldes, dando paso a la simbólica creación de un estado independiente. A pesar de que la mayoría de los estudiosos cierre sus conclusiones en 1821, en realidad no fue sino hasta diciembre de 1824, en la batalla de Ayacucho que se expulsara realmente a las tropas realistas del país. Así, la entrega de Lima en 1821 era por defecto: no más que una decisión de salvar al ejército del caos inminente. El bando de San Martín era muy débil como para aún concretar la liberación de todo el país y en Lima se encontró con los problemas epidémicos y de aprovisionamiento de los cuales los realistas habían huido.

El entonces virrey Pezuela despertaba desconfianza entre sus comandantes. La vulnerabilidad de Lima se hizo más evidente ante el bloqueo a inicios de noviembre en 1820 ejecutado por Cochrane y las tropas chilenas. En ese mismo ataque se capturó a Esmeralda, la mejor nave de guerra en el Pacífico. Al día siguiente hubo revueltas en esa zona como reacción al ataque y, en un motín, se asesinó a dieciséis extranjeros. Inmediatamente se dio paso a la primera confrontación abierta hacia Pezuela: La Serna (quien sería en el futuro virrey) desobedeció una orden directa y se solicitó la creación de una junta de generales, quienes dirigirían la guerra. Aunque el virrey se negase a la petición en un principio, finalmente cedió ante la presión de verse sin el apoyo de los oficiales.

A fines de ese mismo mes los rebeldes habían capturado ya bastantes localidades y se había cortado la comunicación de Lima con el interior. Le siguieron muchos sucesos desafortunados al bando realista, como la pérdida de batallones, la rebelión de Guayaquil o la independencia de Trujillo, declarada el 28 de diciembre por el marqués de Torre Tagle.

Mientras tanto, San Martín seguía buscando el apoyo de personajes influyentes en Lima, regidores de cabildos, publicistas y el arzobispo. Prometía una nueva era a los soldados e incluso aseguraba a la nobleza que la revolución  no estaba en contra de sus privilegios y aseguraba su papel en el gobierno: San Martín prometía algo a cada clase.

Lima vivía en un estado de constante tensión. En diciembre la situación ya se había agravado bastante.  Había una creciente desesperación por el bloqueo y un disgusto ante la administración colonial por no concretar acciones militares en contra de los insurgentes. Había un consenso de opinión en que se podía derrotarles si las fuerzas realistas tomasen acciones decisivas, y también pensaba eso los comandantes principales. Sin embargo, el virrey Pezuela se negaba a atacar.

A fines de 1820 se ponía en boga el liderazgo de Pezuela. Se le consideraba inadecuado para enfrentar la aguda crisis, como se notaba en su intercambio de cartas con San Martín.  Ambos personajes sobrestimaban las percepciones populares del apoyo hacia la Independencia y perdían oportunidades de atacar. Los dos bandos se debilitaban.

Por esta época se eligió a los miembros del cabildo de Lima. A fines de 1820, el cabildo fue elegido: incluía a una gran cantidad de liberales conocidos. Es por ello evidente que el cabildo a partir de ese entonces se mostrase poco cooperativo con el régimen para resistir a San Martín.

Otras muestras de desintegración social surgieron. El Consulado, que había sido fundamental en el colonialismo comercial, estaba muy desorganizado; las minas estaban inoperativas; todo el comercio había cesado. Debido al bloqueo, había una inflación de los productos para aprovisionar a las tropas y a la ciudad en general. Como indicaba Félix D'Olabariiague y Blanco, "todos los habitantes de Lima estaban desde hacía tiempo insatisfechos con las operaciones del virrey y con la inacción ante el desembarco de San Martín en Pisco".

Otros compartían las mismas opiniones. Representantes de La Serna informaron a España sobre el convencimiento de que Perú se perdía no por falta de defensa sino por el desordenado sistema de defensa del virrey Pezuela. Otra fuente anónima decía que el Gobierno no hacía sino empeorar y perder crédito, mientras la opinión a favor de los enemigos se extendía. A pesar de todas estas opiniones y el descontento general, Pezuela se negaba a dar la orden de atacar a las tropas rebeldes.

Todo esto hizo que a fines de enero de 1821 diecinueve comandantes del Ejército solicitaran la renuncia del cargo de virrey de Pezuela a favor de La Serna. El documento formal incluía un resumen de sus "desaciertos" políticos y militares": no tomar medidas suficientes para la resistencia, no ser consciente del peligro de traición en Numancia, el nombramiento de oficiales inadecuados para los regimientos, el nombramiento del "sospechoso" Torre Tagle en Trujillo y Pascual de Vivero en Guayaquil, no haber detenido el contrabando de plata y haber tolerado el libre comercio, impuestos inequitativos, malversación de fondos y tomar decisiones equivocadas en contra de los rebeldes en el interior. Juan Loriga, su yerno y el secretario de la Junta de Guerra fue quien hizo el pedido. Pezuela aceptó abdicar.

Según La Serna, fue una sorpresa que se le presentasen los oficiales con el pedido de tomar el poder. Aceptó el cargo y declaró esperar que ello le devolviese confianza pública al virreinato, provocase un renovado patriotismo y la decisión de resistirse. Los representantes de La Serna declararon que "todo había mejorado" y la unidad caracterizaba a todas las acciones. La Serna enroló a 1500  esclavos asegurándoles su libertad luego de seis años de servicio y buscó los refuerzos de 3000  hombres y envió varias divisiones a la sierra.

Pezuela expresó su furia en su diario y se negó a recibir al día siguiente del golpe a quienes lo visitaban, excepto el arzobispo. Escribió en él sobre los oficiales, a quienes tildaba de ambiciosos, desvergonzados y desacatados. La Serna fue puesto bajo vigilancia. En abril Pezuela escribió un Manifesto extenso, donde se justificaba  e insistía que su gobierno había hecho todo cuanto fue posible para rescatar la autoridad en un país volcado a favor de la independencia y aduciendo que La Serna había sido frecuentemente insubordinado.

Esta controversia, dice Anita Timoteo, es muestra clara del daño que las luchas internas por el poder hacían a la causa realista. En febrero de 1821 el ex virrey mandó una carta secreta a oficiales realistas solicitándoles que fuesen sus testigos. Figuras importantes concordaban en que el derrocamiento de Pezuela era obra de solo algunos miembros de Estado Mayor. Pezuela solo dejó el Perú en julio de 1821, el mismo mes que San Martín tomó Lima.

Es claro que había un unánime consentimiento sobre las acciones inadecuadas de Pezuela en el Estado Mayor: la situación militar no tenía esperanzas con Pezuela en el poder. Sin embargo, civiles y eclesiásticos reaccionaron con preocupación ante el golpe militar. Se hizo claro que Lima estaba en peligro. Los ciudadanos comenzaron a apoyar a los rebeldes en números significativos y las haciendas eran saqueadas por ambos bandos. En febrero de 1821, la escasez de alimentos en Lima se hizo muy peligrosa. Ambos ejércitos fueron atacados por lo que parece ser un brote de cólera, más los realistas fueron los más afectados por la falta de provisiones.

El cabildo se hizo más abiertamente resistente a los pedidos de provisiones y dinero y advertía a La Serna que no confiscara ganado y granos en las haciendas pues esto afectaría seriamente los aprovisionamientos en la capital.

De esta forma, el virrey La Serna  se decidió a abandonar Lima, aunque la acción fue pospuesta ante la llegada el capitán Manuel Abreu, un comisionado de paz enviado desde España para negociar con los rebeldes. Abreu se reunió cuatro días con San Martín en Huaura y en Lima fue recibido por un reticente La Serna. ESte último expresaba un claro disgusto ante Abreu por su actitud abiertamente amistosa con San Martín y porque desconfiaba de él.

Además de discutir sobre el intercambio de prisioneros y el movimiento de ganado y aprovisionamiento, no se llegó a ningún acuerdo en concreto. Abreu continuó negociando con San Martín incluso hasta el abandono de Lima por los realistas. No se llegó a ninguna propuesta significativa y en noviembre de 821, La Serna acusaba a Abreu de ser un agente de los disidentes.

Cuando fue evidente que las negociaciones de paz no llegarían a ningún lado, La Serna decidió concretar su evacuación de Lima para salvar al ejército. El 4 de julio La Serna anunció que abandonaba Lima pues esta no era una base militar adecuada para defender al resto del país. El pánico se apoderó de la ciudad. La ciudad sería puesta a disposición del conde de Montemira. 900 soldados enfermos fueron transferidos al Real Felipe, de quienes se esperaba que se recuperaran y pudieran protegerlo. Murieron 520. Se ordenó al Ejército que se llevara  todo lo que podía ser útil al enemigo y los documentos fueron depositados en una secretaría virreinal. El arzobispo se negó a "dejar a su rebaño en tiempos de crisis".

Al abandonar Lima, La Serna libró a su ejército de los problemas de aprovisionamiento que una ciudad vulnerable no podía abastecer. La evacuación, según Timoteo, fueron lo que salvaron a Perú de la disolución.

Montemira escribió a San Martín el seis de julio para acordar lo necesario para garantizar el bienestar de la población de Lima. San Martín prometió que no tomaría represalías en contra de ella y prometió la protección de la ciudad por parte de sus tropas. Así, se dio inicio a las discusiones para la toma e la capital.

A pesar de esto, la cuando la independencia fue declarada en un cabildo abierto el 15 de julio no fue una clara decisión por parte de los ciudadanos. La evidencia documental de la firma de 3504 personas a favor de la independencia suele tomarse como prueba de un consenso general entre las clases altas y medias en Lima.

Sin embargo, ella no representaba el deseo genuino de los habitantes pues era imposible rehusarse, estaban coactados por la violencia y el miedo. Como toda la campaña de San Martín estaba basada en un supuesto deseo de los mismos peruanos de alcanzar la Independencia, era necesaria una manifestación extraordinaria de ello.

Lima estaba sumida en la incertidumbre luego de la evacuación de los realistas. Montemira convocó a una reunión entre los principales comerciantes que no habían huido para concretar  la entrada de San Martín. Este pidió que declarasen si era la voluntad del pueblo que entrase: hicieron eso ante la falta de alternativa. EL 12 de julio San Martín entró a Lima y pidió el catorce a cabildo a un cabildo abierto para discutir el estatus del Perú. Allí se declaró la Independencia. Para muchos de los firmantes la motivación era el deseo de escapar de la furia de los conquistadores.

Tado, un sacerdote realista a favor de Pezuela, insistió en que Lima estaba aterrorizada ante el ejército rebelde y sus saqueos y la independencia era el resultado de un deseo por recompensas: no era representativo del Perú o Lima. Incluso en el mismo cabildo abierto no era posible ser disidente ante el atropellador entusiasmo y los simpatizantes realistas se vieron obligados a seguir a La Serna en su retirada.

Hubo coerción directa para la firma de la Declaración. La situación de la ciudad era una presión para la mayoría. Se aplicó presión sobre el creo para que apoyase el nuevo orden. Un representativo ejemplo de la opresión al bando contrario fue el de José Antonio Prada, un acaudalado hacendado criollo  fue sujeto a una persecución ante su negativa de firmar el acta y su hacienda fue confiscada. los miembros de la élite limeña estaban confinados, también:  si se negaban al nuevo orden estaban sujetos a la confiscación y si se adherían a él no había ninguna garantía de que el gobierno no se volcase en su contra.

Para la élite solo habían dos alternativas: adherirse a la Declaración o huir. Muchos peninsulares y criollos decidieron huir. Casi la itad de los nobles, dos tercios de los miembros del Consulado, un quinto del cabildo eclesiástico y la mitad de la audiencia dejó el virreinato. los europeos restantes se vieron sometidos a una abierta persecución, vilipendiados y exiliados en grandes números. Solo hubo pocas personas prominentes que no firmaron y tampoco huyeron.

Si bien es cierto que hubo personas importantes que firmaron voluntariamente la Declaración, en su mayor parte la gente firmó por ser criollos o peninsulares que no deseaban ser expatriados o perder sus propiedades. Además, los jóvenes adheridos a la Declaración habían adquirido muy recientemente títulos de nobleza y aspiraban cargos o propiedades importantes. además, el apoyo del alto clero hacia la Declaración puede explicarse con su grado de identificación con el Perú. Tal es el caso del arzobispo de Lima, que se rehusó a abandonarla incluso a pedido de La Serna. los otros grupos de apoyo, médicos y grandes comerciantes, apoyaron la causa por ser criollos y defender el comercio exterior, respectivamente. Estos últimos se vieron visiblemente decepcionados por la aguda conmoción del comercio y las constantes demandas de contribución al nuevo gobierno. En 1823, la mayoría estaba en la quiebra.

RESUMEN GENERAL

Timoteo cree que Tado estaba en lo correcto cuando alegaba que la declaración era solo producto de letrados y buscadores de puestos. Negarse a firmar la Independencia significaba firmar la propia orden de arresto, confiscación y exilio. Ni los aspirantes a cargos se vieron satisfechos con el nuevo gobierno. En seis meses el régimen colapsó y la rebelión se vio estancada.

Lima se declaró libre en julio de 1821 pues solo quedaba eso ante la evacuación del virrey para protegerla de ataques de guerrillas. Solo aceptó lo inevitable, lo que no podía resistir. San Martín no tardó en darse cuenta de qué tan poco valor tuvo aquella aceptación: los dos bandos caerían en un largo impase y el futuro del país quedó indeciso.


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