La
epilepsia con sus impresionantes manifestaciones, es conocida probablemente
desde que la humanidad existe. Se han hecho alusiones sobre la misma en distintos
escritos de la antigüedad. La epilepsia ha sido considerada como una enfermedad
mística por muchos años, dificultando su estudio.
La
epilepsia es un término que se aplica a un grupo de trastornos, que
probablemente sería mejor llamar epilepsias, caracterizadas por paroxismos
recurrentes, espontáneos y transitorios de la hiperactividad cerebral que
producen convulsiones. La crisis epiléptica o convulsión, común denominador de todo
este grupo de alteraciones, puede desencadenar trastornos de la conciencia,
movimientos involuntarios, alteraciones del sistema nervioso autónomo o
trastornos psíquicos o sensoriales. Con frecuencia los trastornos epilépticos empiezan al principio de la infancia, aunque pueden hacerlo en cualquier momento.
La
enfermedad es mucho más antigua que el hombre, como lo demostró el Profesor Roy
Moddie con su descubrimiento en Wyoming de un dinosaurio, el cual tenía un
tumor en las vértebras caudales, (era de los reptiles). Así pues, si el tejido
óseo de un dinosaurio nos muestra una franca patología, justo es pensar que los
tejidos enfermos también pueden presentar anormalidades y síntomas respectivos.
La
epilepsia en los animales es bien conocida desde tiempos antiguos, pues Hipócrates
nos habla de una cabra epiléptica “en cuyo cerebro se encontró agua y estaba
húmedo”. ¿Edema probablemente? Hay citas serias, las cuales afirman que el
conocimiento más antiguo de la epilepsia viene desde hace cuatro mil años, pues
se les menciona en tablas con escritura cuneiforme encontradas en Nínive, la antigua
capital de Asiria a la orilla del Río
Tigris, en las que se le cita con el nombre de labusa.
Realmente
la historia de la epilepsia es interesante, antigua y extensa. Nace con el tejido
nervioso y los animales superiores que lo poseen. Cuando el hombre primitivo
tuvo suficiente capacidad mental pensó que las enfermedades y por lo tanto la
epilepsia, tenían como causa una influencia demoniaca o de espíritus malignos.
Más tarde se creyó que los dioses disgustados enviaban enfermedades, por lo que
oraciones, sacrificios y conjuros eran consideradas buenas terapias. Un antiguo
conocimiento de que la epilepsia es una enfermedad, lo apreciamos antes de
Hipócrates, en el código de Hammurabi, rey de Babilonia.
Los
primeros conocimientos verdaderos serios lo encontramos en Hipócrates. Es
asombroso, sobre todo con los conocimientos modernos, el hecho de que este
sabio haya llegado a conclusiones tan bastas, en tan remoto tiempo.
Hipócrates
tiene el convencimiento “de que la epilepsia es una enfermedad que afecta al
sistema nervioso y sobre todo al cerebro; se reconocerá por el hecho que el
enfermo pierde la voz, le sale espuma por la boca, rechina los dientes, las
manos se le tuercen, la mirada se le extravía, pierde el conocimiento …”.
Este
sabio observa que la luna tiene una marcada influencia en la crisis y claro
está que, si el mar sufre la influencia de nuestro satélite natural y nuestro
cuerpo contiene más del 70% de agua, algún influjo debe soportar.
Hipócrates
observó que las fracturas son frecuentes a causa de los ataques y en cuanto a
los traumatismos craneanos de todo tipo y por diversas causas, establece que
debido a la lesión craneana que compromete al cerebro, se advierten alteraciones
motoras, parálisis y trastornos sensitivos. Cuando la herida lesiona el lado
derecho de la cabeza, las manifestaciones convulsivas se presentan del lado
izquierdo del cuerpo y si la lesión es izquierda, la sintomatología se observa
en el lado derecho. En quienes presentan problemas del habla, es corriente que
el lado derecho este paralizado.
Hipócrates
continúa con sus acertadas descripciones y afirmaciones, pues especifica varias
formas de ataques, signos premonitorios y auras y llega más lejos, pues separa
las verdaderas crisis epilépticas de la histeria que hoy conocemos y no solo
eso, adelantándose varios siglos, logra ver la diferencia entre epilepsia
idiopática y crisis sintomáticas.
Hipócrates
nos habla de la influencia de la edad, temperamento, menstruación y estados de
atmosféricos. Menciona los “avisos” que hace conocer al paciente la cercanía de
un ataque y así poder protegerse. Los enfermos son descritos: “sin fiebre, pero
con cefalea, náuseas, mareos, palabras lentas y temblor de manos, bien antes o
después de los ataques, además puede existir zumbido de oídos, alucinaciones
visuales como círculos de colores, signos olfatorios y gastrointestinales”.
Asimismo,
reconoce ataques menores en los cuales el paciente “solamente sufre una súbita
y breve pérdida del conocimiento sin convulsión”. Y finalmente, es de
mencionar que ya en
tiempos de Hipócrates se hacían maniobras como colocar ligaduras bien apretadas
alrededor de un brazo o de una pierna
para abortar el ataque cuando este se anunciaba en alguno de los cuatros
miembros.
Las
verdades de Hipócrates se terminaron con creencias absurdas como la intervención
de demonios, espíritus malignos y cólera divina en las crisis epilépticas. Desgraciadamente
estas verdades se olvidaron, sobre todo en la Edad Media y los demonios
volvieron a poblar las cabezas ignorantes que vieron en las crisis convulsivas
y otras enfermedades una influencia demoníaca. Debido a lo anterior volvieron,
como terapéutica racional, los exorcismos y acciones bestiales, absurdas y
criminales.
Claudio Galeno (210-130 a.C.), otro padre de la
medicina definió la epilepsia con pocas palabras, diciendo: “es una caída
súbita, es una convulsión de todo el cuerpo junto a trastornos de importantes
funciones”. Al igual que Hipócrates, la consideró como una enfermedad que tiene
su base en el cerebro y es debida a causas naturales. También describió
diversas clases de crisis, incluyendo signos premonitorios y auras.
En
la era cristiana, se encuentran algunos personajes que nos enseñan mucho sobre
la epilepsia. Ambrosise Paré (1509-1590),
a quién le llaman padre de la cirugía moderna, fue el primero en ligar, y a él
se le atribuye el uso del vocablo epilepsia, que significa ser sobrecogido
bruscamente.
Charles Le Pois (1563-1636),
vuelve a confirmar que es el cerebro donde debemos situar el origen de la
epilepsia y ninguna “brisa fría” puede ser la causa real de un ataque. El aura
solo es el comienzo.
Debemos
de recordar siempre que Hipócrates, en tiempos remotos y en medio de gran
ignorancia, afirmó que el cerebro es el órgano del intelecto (vida espiritual)
y “el guía del espíritu”; mientras Galeno, siglos después, explica con mayor precisión
las relaciones entre el cerebro y la “vida mental”.
La
imaginación cede el paso a la prueba, la magia es aplastada por la ciencia, el
demonio ya no es la etiología de muchas enfermedades y por supuesto, no lo es
de la epilepsia. La creencia de que los locos son posesos y por lo tanto, deben
ser sanados por el cura, no puede ser aceptada, aunque nos encontremos con una ciencia
incipiente, época Moderna.
Si
bien Aristóteles piensa que una buena receta para ser inteligente o tener
talento es ser epiléptico y repara un registro en el cual, a Hércules,
Sócrates, Platón y otros más, tal cosa es sumamente dudosa. Que haya genios
epilépticos o bien epilépticos geniales, quizá puede suceder porque en algunos
epilépticos la enfermedad estimula algún neurotransmisor o bien a receptores
sinápticos que aún no se ha descubierto.
La
historia de la enfermedad está ligada a la historia de los estudios del sistema nervioso y en
especial del cerebro, sobre todo en cuanto a la investigación de la actividad eléctrica
y de las localizaciones. Flourens estudió en 1824 el proceder de pájaros, a los
cuales se les había destruido en el cerebro áreas previamente delimitadas. Se
observa trastornos de conducta de las cuales se recuperan; y lo mismo sucede en
vertebrados inferiores. Estos experimentos marcan un gran avance en los
estudios neurológicos.
Se
conoce que el fisiólogo y anatomista italiano, Luigi Galvani, practicando
estudios es músculos de la rana descubrió en 1771 la “electricidad animal”. En
cuanto al cerebro fue el inglés Richard
Caton quien publicó en 1875 sus primeras
descripciones sobre la actividad eléctrica cerebral en animales y apuntó que
entre 2 puntos de la corteza cerebral se aprecian variaciones eléctricas.
El
verdadero padre de la electroencefalografía humana fue el psiquiatra alemán
Hans Berger. Este investigador científico de Jena, logró por primera vez
registrar los potenciales eléctricos de un cerebro humano, el 6 de julio de
1924, en un paciente a quién se le había hecho una trepanación descomprensiva.
En
1929 Berger publica
una serie de trabajos en los cuales describe los ritmos cerebrales en el hombre
y después las modificaciones que pueden verse según condiciones fisiológicas y
patológicas. Los trabajos de Berger, tomados con frialdad al principio, fueron
reconocidos posteriormente como un verdadero avance y fundamento de la
electroencefalografía. Después viene una pléyade de eruditos que ponen a punto
esta rama básica de la neurología, entre las cuales están Gibbs, Lennox, Hill,
Jasper, Guillain, Delay, Gastaut, entre otros. En 1935 aparecen los aparatos
Grass.
En
la década de los cincuenta tomó auge la cirugía de la epilepsia, pero después
decayó, debido a resultados poco satisfactorios y sobre todo por el avance
farmacológico.
En
1857 Samuel Wilks y Charles Locock introducen
el bromuro de potasio y comienza la era de los tratamientos
antiepilépticos verdaderos. El bromuro
tiene inconvenientes como el acné brómico, depresión, anorexia y rinitis. Además, las cantidades que se
deben indicar tres gramos diarios como mínimo, molestan el estómago.
La
difenilhidantoína fue sintetizada por Bilts en 1908; pero fue hasta 1938,
después de los trabajos de Merrit y Putnam, que se recomendó su uso como
tratamiento antiepiléptico. En 1933
Sternback sintetizó las
benzodiacepinas, las cuales se utilizaron en 1959 por primera vez como medicina
psicoterapéutica. La epilepsia de ausencias se vio beneficiada con la introducción
del trimetiloxazolidiona. El valproato de sodio fue sintetizado por Burton
desde 1882, pero su efecto terapéutico se conoció hasta 1962 y fue introducido
en Francia en 1967. El clordiazepoxido y el diazepan tienen buen efecto como
antiepilépticos; sobre todo el diazepam, que se usa en estados convulsivos.
La técnica de la electroencefalografía ha brindado una comprensión más completa de la fisiopatología de la epilepsia.
El tratamiento de la epilepsia es uno de los que más han beneficiado con los progresos de la química en los últimos años.
Con las nuevas técnicas de exploración y el progreso de la cirugía del sistema nervioso, esta última se ha constituido en un medio terapéutico de gran importancia para algunos, pero justifica su uso en muy pocas ocasiones.
La epilepsia es una enfermedad tan frecuente que compromete aproximadamente un 5% de la población y aun cuando la OMS (Organización Mundial de la Salud) reconoce que en el mundo existe por lo menos 1% de personas afectadas por esta enfermedad, sin respetar la raza o la condición social. Estadísticas hechas en Alemania demuestra que esta cifra se supera completamente, si tenemos también en consideración las oligo-epilepsias; es decir, aquellos pacientes que solamente han presentado una o pocas crisis en su vida, alcanzando la cifra que se ha señalado anteriormente.
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