sábado, 19 de marzo de 2016

La leyenda del Muqui o duende minero: Ejemplos para el uso de Narrador Omnisciente y Narrador Protagonista

Narrador Omnisciente


Leyenda:  Muqui, el duende minero
Origen: Morocoha- Junin, Perú

El padre les había ordenado salir a conseguir algo de oro, pues la madre se encontraba gravemente enferma. Los muchachos partieron rápidamente a una mina abandonada que habían encontrado unas semanas atrás. Cavaron y cavaron, pero no pudieron encontrar absolutamente nada. Todos, decepcionados, decidieron regresar a casa, excepto el menor que, entercado no quería abandonar la posibilidad de hallar algo de oro.

Al descansar, vio a través de una ranura en la pared una luz muy brillante. Emocionado fue a traer todos sus implementos, cavó y luego de un rato encontró una cueva y dentro de ella observó algo fascinante, era un hombrecito con  una lámpara en la mano, que lo miraba fijamente. Este hombrecillo le preguntó el motivo de su búsqueda, entonces el muchacho le comentó la enfermedad que padecía su madre y lo mucho que él anhelaba ayudarla. El hombrecillo escucho atento lo que el muchacho le contó y muy conmovido le prometió que a la mañana siguiente encontraría algo de oro en la cueva, pero del cual sólo le correspondería la mitad, pero sólo la mitad.



En la noche la angustia de tener el preciado metal cubría sus pensamientos; el egoísmo y la codicia rodeaban su mente. Por la mañana, comentó a sus hermanos lo ocurrido, y junto con ellos ideó un plan para apoderarse de todo el oro. Cuando llegaron a la mina encontraron la cueva repleta de oro. Rápidamente llevaron todo el oro hacia la salida, sin dejar nada. Esta actitud era vista por Muqui, quien de inmediato se acercó a la salida para impedir el paso de las carretas llenas de oro. Miró  al muchacho muy decepcionado y con una varilla de trigo convirtió todo el oro en tierra y piedra, dando fin a los sueños del muchacho, que por la avaricia perdió todo lo conseguido.



Narrador Protagonista


Leyenda:  Muqui, el duende minero
Lugar: Morocoha- Junin

Cogimos nuestros cascos, tal y como lo ordenó papá. Ingresamos al socavón y de inmediato comenzamos a martillar las paredes; nuestra meta era encontrar algo de oro. Pasamos toda la mañana sin encontrar absolutamente nada. Mis hermanos y yo estábamos exhaustos. Ellos desistieron de continuar, pero yo, terco, continué. Entre tanto, me detuve para descansar; observé un muro muy carcomido del cual, en un instante inesperado, se podía apreciar una luz muy brillante. Fui corriendo hacia esa luz y comencé a cavar rápidamente. Tras cavar un buen rato, hallé una  cueva; dentro vi algo fantástico: era algo así un pequeño hombre, un hombrecillo,  provisto de un poncho peludo de vicuña, tenía una lámpara en la mano y me miraba fijamente.Yo estaba extasiado, nunca en mi vida había visto cosa igual. Le salude pero él no me contestó, seguía mirándome.

Para qué buscas el oro – me dijo. Asustado de los pies a la cabeza, le contesté que mi madre estaba muy enferma y que con un poco de oro, yo podría llevarla a la capital para curarla. Conmovido el hombrecillo, me prometió que al regresar por la mañana... encontraría algo que aliviaría mi sufrimiento, pero que de todo lo encontrado sólo me correspondería la mitad.




Toda la noche pensé en lo que pudiese darme aquel hombrecillo; mis ojos llenos de codicia aspiraban obtener no sólo el cincuenta por ciento, sino todo. Por  la mañana, conté  a mis hermanos lo sucedido. Ellos y yo nos pusimos de acuerdo para engañar al hombrecillo con una treta.

Al llegar a la mina, encontramos toda la cueva repleta de oro. Extrajimos todo, sin dejar absolutamente nada; cuando intentamos salir, el pequeño hombre se nos apareció. Me  miró decepcionado; con una vara convirtió en tierra y piedra, todo el oro que mis hermanos y yo habíamos intentado llevarnos.

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