Narrador Omnisciente
Leyenda: Muqui, el
duende minero
Origen: Morocoha- Junin, Perú
El padre les había ordenado salir a conseguir
algo de oro, pues la madre se encontraba gravemente enferma. Los muchachos
partieron rápidamente a una mina abandonada que habían encontrado unas semanas
atrás. Cavaron y cavaron, pero no pudieron encontrar absolutamente nada. Todos,
decepcionados, decidieron regresar a casa, excepto el menor que, entercado no
quería abandonar la posibilidad de hallar algo de oro.
Al descansar, vio a través de una ranura en la
pared una luz muy brillante. Emocionado fue a traer todos sus implementos, cavó
y luego de un rato encontró una cueva y dentro de ella observó algo fascinante,
era un hombrecito con una lámpara en la
mano, que lo miraba fijamente. Este hombrecillo le preguntó el motivo de su búsqueda,
entonces el muchacho le comentó la enfermedad que padecía su madre y lo mucho
que él anhelaba ayudarla. El hombrecillo escucho atento lo que el muchacho le
contó y muy conmovido le prometió que a la mañana siguiente encontraría algo de
oro en la cueva, pero del cual sólo le correspondería la mitad, pero sólo la
mitad.
En la noche la angustia de tener el preciado
metal cubría sus pensamientos; el egoísmo y la codicia rodeaban su mente. Por
la mañana, comentó a sus hermanos lo ocurrido, y junto con ellos ideó un plan
para apoderarse de todo el oro. Cuando llegaron a la mina encontraron la cueva
repleta de oro. Rápidamente llevaron todo el oro hacia la salida, sin dejar
nada. Esta actitud era vista por Muqui, quien de inmediato se acercó a la
salida para impedir el paso de las carretas llenas de oro. Miró al muchacho muy decepcionado y con una
varilla de trigo convirtió todo el oro en tierra y piedra, dando fin a los
sueños del muchacho, que por la avaricia perdió todo lo conseguido.
Narrador
Protagonista
Leyenda: Muqui, el
duende minero
Lugar: Morocoha- Junin
Cogimos nuestros cascos, tal y como lo ordenó papá.
Ingresamos al socavón y de inmediato comenzamos a martillar las paredes;
nuestra meta era encontrar algo de oro. Pasamos toda la mañana sin encontrar
absolutamente nada. Mis hermanos y yo estábamos exhaustos. Ellos desistieron de
continuar, pero yo, terco, continué. Entre tanto, me detuve para descansar;
observé un muro muy carcomido del cual, en un instante inesperado, se podía
apreciar una luz muy brillante. Fui corriendo hacia esa luz y comencé a cavar
rápidamente. Tras cavar un buen rato, hallé una
cueva; dentro vi algo fantástico: era algo así un pequeño hombre, un
hombrecillo, provisto de un poncho
peludo de vicuña, tenía una lámpara en la mano y me miraba fijamente.Yo estaba
extasiado, nunca en mi vida había visto cosa igual. Le salude pero él no me
contestó, seguía mirándome.
Para qué buscas el oro – me dijo. Asustado de los pies
a la cabeza, le contesté que mi madre estaba muy enferma y que con un poco de
oro, yo podría llevarla a la capital para curarla. Conmovido el hombrecillo, me
prometió que al regresar por la mañana... encontraría algo que aliviaría mi
sufrimiento, pero que de todo lo encontrado sólo me correspondería la mitad.
Toda la noche pensé en lo que pudiese darme aquel
hombrecillo; mis ojos llenos de codicia aspiraban obtener no sólo el cincuenta
por ciento, sino todo. Por la mañana,
conté a mis hermanos lo sucedido. Ellos
y yo nos pusimos de acuerdo para engañar al hombrecillo con una treta.
Al llegar a la mina, encontramos toda la cueva repleta
de oro. Extrajimos todo, sin dejar absolutamente nada; cuando intentamos salir,
el pequeño hombre se nos apareció. Me
miró decepcionado; con una vara convirtió en tierra y piedra, todo el
oro que mis hermanos y yo habíamos intentado llevarnos.
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