AMBIENTE
– PRIMER PERIODO
Entre los problemas sociales y económicos que la
república peruana ha tenido que afrontar a lo largo de un siglo y medio de
existencia, el del inmigrante asiático ha sido muy serio y la causa principal
de su importación fue la escasez de mano de obra.
Después de lograr la independencia en 1824, el
progreso económico, si bien interrumpido a menudo por conflictos internos e
internacionales hasta la década del 40, se fue afianzando. Para actividades
tales como la producción de azúcar y algodón, el trabajo de los depósitos de
guano, construcción de ferrocarriles, se necesitaba una mano de obra numerosa,
algo que el Perú no podía suministrar. Para el año 1862 la población era tan
solo de 2 millones y medio. Según este
estudio, el 70% estaba conformado por indios, a estos no le gustaban las
labores mineras ni trabajar en la costa;
además, que las condiciones de vida eran pésimas y los salarios ínfimos Esto
conllevo a que los indios solo trabajaran cuando era indispensable. También
existía el elemento negro, sin embargo no era muy numeroso y el proletario
blanco, como trabajador, tenía serias limitaciones debido a su escaso número y
consideraban este tipo de trabajos poco honorables.
Si se toma en cuenta el desarrollo económico de
estos tiempos, la mano de obra no era suficiente para cubrir las demandas del
país. En estas circunstancias era necesario buscar en el exterior cómo subsanar
esta carencia.
Los peruanos vieron favorablemente la llegada de
europeos, pero si bien una gran cantidad llego al Perú, la mayoría de estos
eran comerciantes o profesionales que no realizaban ningún tipo de trabajos
manuales.
En este periodo, los terratenientes representaban
la institución más poderosa en el país y siendo sus intereses los más
importante, lo único que deseaban era una mano de obra barata; además; que el
sistema laboral de las haciendas se acercaba a la servidumbre, algo a que los
extranjeros no estaban dispuestos a acceder. Por otra parte, en el extranjero
se tenían una percepción de que el Perú no ofrecía seguridad. Así es como,
siendo desfavorables las circunstancias para la inmigración de europeos al
Perú, el país volvió los ojos hacia el
Pacifico y el extremo oriente.
El Congreso promulgo la ley general de
Inmigración en 1849. Esta tenía por objeto favorecer la entrada de los chinos,
razón por la cual se la conoce comúnmente como “Ley china”. La ley concedía a
las personas que trajeran colonos extranjeros de ambos sexos, en número no
menor de cincuenta y entre loa 10 y 40 años. Para justificar esta ley se aducía
que aparte del poco éxito de la inmigración europea, la vida en China era muy
dura por lo cual la mano de obra seria barata.
Todo movimiento migratorio obedece naturalmente
no solo a los atractivos del país donde van a a arribar, sino también a los
motivos que los impulsan a dejar el país de origen. En la China, existían
poderosas razones, tales como: el creciente aumento de población lo que ocasionaba
la escasez de recursos y la guerra civil ocasionada por la Rebelión de Taiping.
Con las condiciones domesticas adversas y atraídos por los cuentos de riqueza
en el extranjero, millares estos chinos llegaron a las costas occidentales de
Estados Unidos, otros fueron a Cuba y Brasil y otro tanto de esta caudalosa
corriente migratoria vino al Perú, bajo los términos de la “Ley china”. Elías y
Rodriguez fueron los principales encargados de traer a los chinos al Perú.
Según fuentes peruanas, se estima que entre 1850 y 1859, 13 000 chinos
ingresaron al Perú.
La ley de 1849 fue promulgada bajo las presiones
y para satisfacer las exigencias de los hacendados. Esta adolecía de muchos
defectos y no le prestaban a atención a las condiciones de viaje. Los barcos
iban sobrecargados y el estado dentro de ellos provocaba un gran índice de
mortalidad, esto a veces llevaba a motines dentro de los barcos. No habrían de
acabar sus penurias al llegar al Perú después de tan fatídico viaje; en las
haciendas consideraban al culí como un simple instrumento de trabajo.
El contrato que permitía a Elías y Rodríguez
traer culíes estipulaba que “los chinos debían servir a un patrón por periodo
de 5 años… A cambio, el patrón se comprometía a pagarle cuatro pesos mensuales,
alimentarlo y pagarle los gastos de enfermedad…”
La mayoría de chinos traídos en este primer
periodo fueron empleados en las haciendas costeñas del departamento de La
Libertad, y en los valles de Lima. Sin embargo, un número importante de
asiáticos trabajaba como domésticos.
Para contrarrestar las amenazas de subrogar la
ley china, el binomio Elias-Rodriguez pidió a un centenar de personas que
hicieran una declaración sobre su eficiencia. En estas declaraciones aseguraban
que chinos desempeñaban bien las labores de ingenio pero para los trabajos de
campo eran muy débiles. También, se dijo que en las guaneras de las islas de
Chincha y otros lugares las condiciones de vida eran particularmente malas. Los
múltiples abusos cometidos contra los
culíes ocasionaron críticas contra el gobierno, razón por la cual este tuvo que
tomar cartas en el asunto.
El monopolio de Elías y Rodríguez fue declarada
caduco después de vencerse el plazo de 5 años. Además, se dieron decretos para
mejorar su condición de vida, pero estos fueron en vano y el Gobierno decidió
abrogar la ley china y prohibir el tráfico de asiáticos (1856). Aunque con la
publicación de este decreto no acabo completamente el tráfico de orientales. La
ley que amparaba la importación de chinos había sido elaborada muy a la ligera.
Desde el punto de vista humanitario, las condiciones eran pésimas. Además,
estaban vistos como malos trabajadores pues eran muy débiles. Pero las
urgencias y las necesidades de los grandes hacendados hicieron prevalecer las
licencias otorgadas.
EL
TRÁFICO DE CULÍES EN MACAO
Los hacendados peruanos se opusieron tenazmente y
nunca perdonaron la abrogación de la “ley china”. En los comienzos de 1861 se
reanudo la importación de culíes en el país a consecuencia de su insistencia y
otros motivos, como la guerra civil en EE.UU. por la cual los hacendados se
podían ver beneficiados con el comercio de algodón.
El prólogo de la nueva ley china que fue aprobada
en 1861 daba razones para su aprobación: la industria predominante en el país
era la agricultura, los fundos rústicos iban siendo abandonados a consecuencia
de la liberación de esclavos. Sin embargo, el mariscal Castilla desaprobaba la
ley, ya que no creía que la abolición de la esclavitud haya tenido tal
repercusión en la agricultura, actividad económica a la cual no consideraba muy
importante. El presidente aclaro también que imposible para el culi saber a qué
se comprometía al firmar el contrato. Aunque, a pesar de su disconformidad con
la ley, la cámara igual la aprobó.
Desaparecido el obstáculo para la introducción de
asiáticos, volvieron los ojos, primero hacia Hawai. J.C. Byrne obtuvo este
privilegio. Resulto en un total fracaso, ya que murió la mayoría pues los
hawaianos no se adaptaban a las condiciones climáticas y eran muy débiles. Esto
concluyo en la publicación de un decreto que suspendía definitivamente las
concesiones para traer polinesios.
A comienzos de la década del 60, se reanudo la
importación de culíes al Perú. Las experiencias anteriores no habían sido
olvidadas, pero los terratenientes pedían a gritos mano de obra, y los
ciudadanos que desaprobaban esta inmigración no eran los suficientes. Hacia
1868 se estableció un gobierno fanático de las obras publicas por parte de José
Balta. Se dieron construcciones de ferrocarriles para las cuales se necesitaba
mano de obra.
Todo el tráfico de culíes con destino a Cuba y
otras partes de América y Perú estaba en la colonia portuguesa de Macao.
Durante siglos el imperio chino había sido oficialmente opuesto a la emigración
de sus súbditos. Además los funcionarios en Macao fueron liberales en cuanto a
la emigración. Todos estos factores se juntaron para que en consecuencia se
centrara en Macao el tráfico de culíes. Hacia 1859 los actos fraudulentos y
violentos relacionados con el tráfico de culíes alcanzaron tal intensidad que
se extendieron voces de alarma entre los pobladores. Sin embargo, Macao estaba
fuera de la jurisdicción china y el tráfico siguió adelante, aun ritmo más
acelerado a finales de 1860 y comienzos de 1870 cuando el Perú se movilizaba
para las grandes obras públicas.
El proceso de captación de culíes procedía de la
siguiente manera: Primero, un agente intermediario peruano contacta a un agente
local de trabajo, este “enganchador” contactaba individuos deseosos de emigrar.
Se presume que la persona se compromete libremente; a continuación firman el
contrato el trabajador y el representante de su futuro amo peruano. Pero esto
era solo en papel, pues la gran mayoría de chinos eran traídos con engaños o
por medio de violencia. Cuando llegaba el momento de llenar un barco con
culíes, el superintendente de emigración debía proceder a la contratación
formal de los emigrantes. Las contratas se celebraban en una sala dispuesta por
el gobierno portugués.
Se debe también recalcar que las partes no
siempre firmaban el contrato. Una fuente peruana declaro que la mayoría de los
tales contratos, a pesar de llevar la certificación y sello del cónsul peruano,
han sido cumplidos y vencidos sin llevar la firma de las partes. Además, la
mayoría no recibía contrato. Es necesario recordar también los cargos hechos
sobre el uso de la fuerza y las amenazas por parte de los enganchadores y
después en los barracones con el propósito de obligar al culí a afirmar su voluntad
de emigrar.
Hubo una serie de eventos que orillaron a la
cancelación del tráfico de culíes en Macao. El gobernador de la colonia emitió
un decreto fechado el 27 de marzo de 1874 prohibiendo el embarque de chinos.
Este decreto asesto un golpe mortal al negocio por cuanto el puerto de Macao
había sido durante años el único por
donde podían zarpar barcos con sus cargamentos de culíes y el único
lugar donde se les podía retener con métodos violentos mientras esperaban el
embarque. Si bien no cabe duda que algunos culíes partieron para el Perú u
otras naciones de buena gana, no es menos cierto que un gran número de ellos,
probablemente la mayoría, fue inducido por la fuerza o engaños.
LA
VIDA DEL COLONO CHINO EN EL PERÚ
Diversas eran las condiciones de vida y trabajo
según el temperamento del dueño y el tipo y ubicación de las labores. Entre los
miles de trabajadores manuales, los que “pertenecían” a Meiggs (encargado de la
construcción de ferrocarriles en el Perú) eran bien tratados, tenían buenas raciones
de comida con lo cual mejoraban su rendimiento. Esto comprueba que los Meiggs
habían aprendido como lograr eficiencia, lección que desgraciadamente muchos
peruanos empleadores chinos nunca alcanzaron a comprender.
Todos indican que el peor trabajo fue el de las
guaneras. Los chinos de la primera y segunda inmigración fueron mandados a
traspalar y ensacar este abono. El clima caluroso y húmedo de las regiones en
donde se encontraba el guano hizo muy difícil el trabajo. Lo único que parecía
hacer soportar estos trabajos a los chinos eran las grandes cantidades de opio
que consumían. Además, había una gran escasez de alimentos y agua potable y si
a eso se le agrega el maltrato que recibían por ciertos capataces, esto hacia
que la vida en la guanera fuera insoportable.
Sin embargo, las condiciones de vida en las
haciendas deben ser consideradas como las más representativas, porque es en los
grandes fundos donde fue a trabajar la gran mayoría. Con el nombre de galpón se
designaba a su alojamiento. Las comodidades de este dependían del temperamento
del amo. La mayoría de veces consistía en una especie de barracón en cual cada culi tiene un
espacio donde guardar sus pertenencias. Su día en la hacienda consistía en
levantarse, pasar lista, ser asignados a distintos grupos, recibir su ración de
comida, luego se les otorgaba herramientas y se ponían a trabajar. La base de
la alimentación del culi era el arroz; aunque, a veces se les daba carne o
pescado. Si bien es cierto que la calidad del alimento no era muy buena y a
veces los encargados de entregar la comida no les daban lo justo. En algunas
ocasiones, los culíes canjeaban sus raciones de comida por opio.
Para el culi contratado, pocas eran las ocasiones
de distraerse y desarrollar actividades sociales. El contrato estipulaba que
podía tener tres días libres para la celebración del año nuevo chino. Algunos
hacendados más avisados les permitían descansar los domingos, porque se dieron
cuenta que así mejoraba el rendimiento de la gente.
Tan largas horas de trabajo dejaban poco tiempo
para distraerse y sobre todo, pocas energías. Sin embargo, a pesar de todo, a
menudo timbeaban en el galpón después de las faenas diarias hasta el anochecer.
Uno de sus juegos favoritos era el de “pares y nones”.
Solamente inmigraron varones, ninguna mujer fue
traída al Perú. Las ocasiones de juntarse con peruanas antes del vencimiento
del contrato eran, si no inexistentes, por lo menos muy escasas. Consecuencia
de esto era cierto grado de perversión sexual y, quizás, su adicción al juego y
opio.
Porque era desdichado y por sustraerse a los
abusos por parte de su “amo” o del capataz, ocurría a menudo que un culi
tratara de fugarse de la hacienda y de sustraerse a su contrato. El castigo a
estos actos de rebeldía usualmente consistía en multas, con lo cual se alargaba
el tiempo que debían servir en la hacienda o se presentaban los casos en los
que eran mandados a trabajar con cadenas.
Las haciendas más grandes y mejor equipadas
tenían hospitales con un médico a tiempo completo o medio tiempo. Si bien la
mayoría de los chinos importados tenía menos de 40 años era natural que
ocurrieran decesos. Debido a la mala nutrición y las terribles condiciones en
las que se transportaban de China a Perú. Agregándole las pésimas condiciones
de vida que tenían acá es obvio que la tasa de mortalidad fuera alta (menos de
un tercio de los culíes terminaban su contrato). Por todos estos males sufridos
es que el culí escogía a menudo suicidarse para así liberarse de sus pesares.
Por otro lado, los empleadores de mano de obra
china no la consideraban baratas. Ya que tenían que hacer muchos esfuerzos para
traerlos desde otro país, y luego acá tenían que brindarles comida, ropa y
hogar. Es evidente que el factor caso pesaba en las consideraciones del dueño,
sobre todo para exigir al peón todo el rendimiento posible.
Existían casos como los de la hacienda de
Chocabento, propiedad de Don Pedro Denegri, en donde los chinos eran muy bien
tratados, al borde que la gratitud y respeto hacia el patrón hacia que los
chinos se “preocupasen por los intereses del amo tanto como los suyos”. Otro
ejemplo es el de Henry Swayne, se decía que en sus propiedades había casas de
juego y fumaderos de opio.
Bajo la ley peruana quedaba entendido que el culi
no era esclavo y que no estaba obligado a tolerar extorsiones por parte de su
amo. Estaba estipulado que pudiera pedir justicia en caso de abuso de sus
derechos. Pero en la práctica nadie respetaba la constitución, mucho menos las
grandes clases terratenientes que controlaban a las autoridades. Asimismo, las
idas y venidas del culí estaban severamente limitadas: de noche era encerrado
en el galpón y cuando deseaba salir debía tener permiso firmado del amo; de
esta manera, no había forma de que pudiera contactar a las autoridades y
tampoco entendían el idioma. Y si de alguna forma lo lograban, como se menciona
previamente, las autoridades igual eran controladas por los más poderosos.
Únicamente cuando las noticias de las injusticias y el maltrato se propagaron
en el extranjero, y que la indignación de propios y ajenos amenazó con cortar
de raíz el tráfico de culíes, el gobierno amenazó con cortar de raíz el tráfico
de culíes, pero ya era demasiado tarde.
Para concluir el capítulo, Cole y Hutchinson
(tipos británicos que hablaban de los chinos) afirmaron que eran más comunes
los casos de buenos hacendados que los malos. Pero, por otro lado, chinos
decían que era al revés. La condición
del culi en el Perú era lamentable. En ningún caso fue traído aquí para estar
mejor. No lo consideraban como un ser humano sino una máquina para producir
riquezas.
MUCHAS
GRACIAS
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