Durante la segunda mitad del siglo XIX y las dos
primeras décadas del siglo XX los conceptos e ideas del clericalismo y su
hermana enemiga, el anticlericalismo, se vieron enfrentadas una a una en
diversos espacios y ámbitos de la sociedad francesa de entonces. El parlamento,
la opinión pública, las manifestaciones y protestas, y hasta los funerales y la
muerte fueron escenarios de luchas y batallas libradas, que finalizó dando como
vencedor a los partidarios del anticlericalismo. Analicemos entonces dicho
fenómeno.
Los
asiduos defensores del clericalismo fueron –como no podría ser de otra manera-
los curas y religiosos conservadores que buscaban a como dé lugar, mantener los
privilegios de los cuales hasta ese entonces gozaban de privilegios que ya
habían pasado a ser cuestionados en las altas esferas del poder político. A
través del llamado a sus fieles y seguidores, buscaron crear un movimiento de
opinión a favor de la mantención de sus derechos y deberes, al punto tal de provocar
escaramuzas y enfrentamiento públicos con sus opositores.
Por
otro lado, los anticlericalistas buscaban remover los cimientos que sostenían
todo el poder e influencia de los religiosos, para tal cometido buscaron
desacreditar a través de diferentes medios el poder y autoridad eclesiástica,
al punto de limitar su accionar sólo al campo espiritual y religioso. Es decir,
ya no tendríamos una Iglesia activa en la toma de decisiones políticas ni
sociales, la pauta era olvidarnos de que alguna vez los curas gozaron de
autorización para pronunciarse sobre temas que sólo debían ser atendidos por el
poder político: el Estado.
El
certero ataque que los liberales emprendieron contra el poder espiritual tuvo
principalmente tres campos bien diferenciados y relacionados entre sí: la
institución eclesiástica, lo individuos de dicha institución (curas y
religiosos) y la doctrina católica.
Para
el primer caso, debemos de tener en cuenta que algunos de los espacios donde la
Iglesia había logrado cimentar su poder
e influencia fueron la educación, la salud y la muerte –o más concretamente, el
cementerio. En el caso de la educación se buscó laicilizarla , y para tal caso
se cambio la currícula y las materias de enseñanza, del mismo modo, se expulsó
a los antiguos docentes miembros de las congregaciones religiosos para
suplantarlos por profesores laicos, formados en las universidades de carácter
científico.
Los
hospitales habían estado en mano de los religiosos, quienes desde la Edad Media
se habían apoderado del control de estos centros de salud, sin embargo se busco
darle un carácter más laico y hasta profesional, pues se formaban doctores y
médicos exclusivamente para que reemplacen a los salientes religiosos. Se llegó
a tal extremo de arrancar los crucifijos y cuadros religiosos de las paredes y
a cambiar el nombre de las salas del hospital, antaño nombre de santos- por el
nombre de “héroes” de la medicina.
La
muerte fue otro escenario de enfrentamiento entre el poder temporal y el
espiritual, esta vez el primero buscaba limitar el accionar de la Iglesia en
esta materia. Se decreto que todo aquel que no fuese católica podía tener ahora
el derecho de enterrarse en un camposanto, y no era ya necesario estar hablando
de restricciones al culto de otras religiones. De igual modo los rituales
funerarios se vieron normados y regulados por el Estado, evitando así que la
intervención de los curas durante las postrimerías.
El
segundo blanco de ataque de los reformadores fue directamente al individuo, es
decir a la autoridad eclesiástica. Para lograr su cometido se valieron de
medios de difusión masiva como revistas, caricaturas, diarios etc., todas ellas
creaban la imagen de un cura socarrón, mojigato, hipócrita, y más pecador que
cualquier otro ser. La idea que trataban de trasplantar en sus lectores era que
esta figura del religioso escapaba de la ficción. De esta forma se preguntaban: ¿Qué autoridad
tiene este religioso para escuchar mi confesión y exculpar mis culpas? Se ponía
en cuestión a la autoridad del cura en el ámbito moral, pero por extensión,
¿podía entonces una réproba como él en las decisiones políticas? Pues claro que
no.
El
enfrentamiento con la doctrina religiosa fue muy similar a las dos anteriores
si tomamos en cuenta que ya los espacios que la Iglesia había ganado
(educación, salud y muerte) para difundir sus enseñanzas habían sido depuradas
de la autoridad eclesiástica, a la par la autoridad moral del cura para tomar
en cuenta su opinión era más que cuestionable. Parecía entonces que ahora era
la base ideológica la que merecía caer.
Para
tal empresa, los liberales se valieron de la obras y novelas literarias, en
ellas es cuestionaba las verdades que la Iglesia daba como aceptables, del
mismo modo se compusieron una serie de historias que parodiaban las santas
escrituras como las tradiciones católicas. Se violaba entonces el carácter
sagrados de las enseñanzas de los
religiosos a través de las ponzoñosas carcajadas de los hombres de a pie.
Toda
esta serie de acciones se inscriben dentro de la lógica de un proceso de
laicización donde el poder temporal busco subordinar al espiritual. Podemos
decir que estas reformas dieron muy buenos resultados, aunque claro está,
podemos notar ahora que no fueron totalmente exitosas.
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